Salí de la estación central y la calina me atrapó.
Una explanada limpia me ofrecia la grandiosidad de esta ciudad.
A un lado el Reichstag con su cúpula de cristal,
detrás la super modernidad tambien en cristales.
Buscaba una terraza a la orilla del Spree.
Atravesé la calle para preguntar al taxista,
seguí sus instrucciones.
Me disponia a atravesar la
Nada Verde,
cuando detecté a un grupo de 7 obrerosdelaconstrucción
(chulazos alemanotes-polacos de calendario)
que venian hacia mi.
El destino era irrepetible
y me ofrecia una oportunidad de resarcimiento
hacia el hombre alemán.
Me iba a cruzar con ellos.
Llevaba el trajecito con menos tela de mi armario,
las gafas mas anómimas y discretas que encontré.
y mi movimiento de cadera exhuberante
(debido a la lesion que tengo desde hace dos meses).
El instinto (ingenuidad la mia) me hacia confiar.
Me crucé con ellos con toda mi seguridad fememina alrededor.
Esperé,
esperé,
esperé,
no habia sonido,
ellos y yo
y la
Nada Verde,
esperé mas.
Alerté a todos los sentidos,
esperé.
Seguí alerta,
esperé
mientrás se desperdigaba mi seguridad.
Nada,
ni un comentario,
ni una mirada,
ni una tos,
ni un bufido,
ni un chasquido,
nada,
como si no hubiera existido,
como si no fuera.
Cuando llegué a la calzada yo ya no existia,
me habia vuelto de color ceniza
y mi feminidad andaba hundiéndose en el Spree.