lunes, 25 de febrero de 2008

El país de las arañas IV

Posar es un arte.
Esto para mi, posadora habitual, me parece indiscutible.
Mantener un gesto,
congelar una postura,
soportar tu peso en desequilibrio,
transgredir el movimiento natural del planeta...
es un arte.

El tiempo pasa,
las nubes corren apresuradas a atravesar las torres de Frankfurter Alle,
o las gaviotas buscan restos de salchichas por el Spree,
o todos los "observadores de tu cuerpo"
te olvidan para mirar una puesta de sol en rosa
cedida por esta ciudad para oscurecerte.
Y tú sigues ahí,
incontenible e inamovible.
Pétrea (así lo desearían si fueran griegos).

Adquieres con la experiencia un lenguaje propio.
Es muy difícil mantenerme callada,
pero los discursos que me otorgo
durante los treinta minutos de pose
son bestiales,
irrepetibles y efímeros
como la propia postura.
Sólo lo pintores me sellan,
me enclavan, me eternizan.

Pero en este País de las Arañas
los Goyas, los Velázquez o los Picassos
están acojonados en una esquina
(como las mariposas en las telas),
porque los Freud, los Einstein y los Kafkas
(como dueños del telar de la creación)
los dejan sin oxigeno y sin espacio.

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