martes, 20 de mayo de 2008

En el país inventado II

Lo primero que nos encontramos al llegar a Tel Aviv rumbo a Jerusalem, fueron muchos argentinos, benditos ellos que están en todas partes. Ahora mismo puedo jurar que hay más argentinos bajo las piedras que gallegos de los de antes (ese gallego en la luna... eran otros tiempos).
Después de las pertinentes indicaciones en nuestra mother language para llegar a las estación de autobuses, encontramos el 408. Bus verde de "grandes distancias" (60 km) que nos llevará a Jerusalem.
Allí, esperando, como siempre en este paisaje, chiquillos y no tan chiquillos con uniforme y metralleta al ristro (¿se dice así?).
Uno de ellos llevaba la camisa desabrochada, playeras en vez de botas, estaban enganchadas al macuto, y aguantaba el arma entre las piernas, nunca mejor dicho...
Pero lo paradójico, lo que me hace este lugar ajeno a la razón, era que el zagalico de la metralleta en las rodillas, estaba haciendo punto.
Si, tejía un gorro de lana tipo duende con colores no demasiado llamativos...
La imagen era espectacular e inconcebible.
¿Cómo se puede no ser consciente de la destructividad de un arma?
No es que mitifique ese pedazo de metal fabricado en Eibar, pero...
eso, mata gente, deja familias sin hijos, acaba con seres humanos,
crea mentes asesinas y manipula tu poder.
Y lo llevan consigo, con esos ojos inocentes y su ración pequeña de rebeldía. Y van haciendo madejas para la próxima vuelta, para pasar el tiempo, esos tres años de vida robada y sin universidad: Haciendo gorros para cuando salgas a ver el mundo.
Mientras tarde o temprano tu gobierno te obligará a matar en defensa de tu patria.

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