miércoles, 2 de abril de 2008

Atropellando historias en Berlín

Digo siempre que es por el frío,
porque los últimos constipados
no han desaparecido del todo,
aunque no han sido grandes.
Pero la verdad es que no voy en bici
porque no puedo contarme cosas.
Así de simple, así de tonto.
Que no soy Indurain o descendiente,
eso lo supe desde que aprendí a manejar ese artefacto.
Pero considero que si no vas en bici por Berlín eres imbécil,
y ese, tampoco es mi caso.
Es solo una cuestión de tiempo,
del uso del tiempo.
Encima de la bici
toda mi intención se concentra en
conseguir el equilibrio al menos con una mano
igual que el resto de los que me rodean,
o también, para que mentir,
en evitar los únicos baches y huecos de la calzada
(esta ciudad está repleta de agujeros)
a los que inconscientemente tengo cierta afinidad.
El caso es que cuando me cuento cosas por la calle
llevo la libretita de "apuntar pensamientos",
y eso encima de mi bici es imposible.
De hecho intento memorizarlos,
porque es inevitable coger la bici de vez en cuando,
pero entonces se quedan atrapados en las ruedas
y nunca consigo recuperarlos enteros.
Cuando paro recojo cadáveres de sensaciones
que no puedo descifrar
y que mueren agonizando en mis manos.
Enterrar abortos de historias no es mi fuerte,
yo siempre lloro con los anuncios.
Así que prefiero pagar el transporte público
a convertirme en asesina de sueños no-escritos.

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