martes, 20 de abril de 2010

Quince Minutos. Parte 10.

Ana salió a toda prisa del despacho. En el ascensor la templanza del principio empezó a fallar, y el sofoco de vergüenza se apoderó de ella. Paró en el bar a recomponerse con dos chupitos más de ron de reserva, por favor. Se acercó al supermercado a por una botella del mejor ron y se dirigió a casa. No era cuestión de emborracharse un lunes por la mañana en medio de la ciudad y con el dolor de ovarios martilleándole el vientre.
En su refugio, todavía temblando por el exceso de adrenalina no podía creer todo lo que había dicho, siguió bebiendo hasta que el sopor etílico la venció y cayó desfallecida en el sofá con las instrucciones de los tampones en la mano.
Cuando despertó era ya tarde, había un mensaje en el contestador. “Habíamos quedado en ir al cine a ver alguna peli en versión original. Hoy es el día del espectador, pero si no te encuentras bien lo podemos dejar para otro día. Ando por tu barrio, localízame en el móvil... si quieres, claro”
Pero, ¿cómo no iba a querer?. Lo había deseado desde hacía meses. El técnico... y no hacía mención a nada del discurso matinal. ¡Dios Mío!. ¿Cómo le iba a mirar a la cara después de todo lo que había dicho? Seguro que tendría alucinaciones con compresas y tampones durante toda la conversación. ¡Qué vergüenza!. Lo de dejarse, por error, una compresa usada en el baño del despacho, podría considerarse una falta leve, nadie es perfecto, un error lo tiene cualquiera. Por mucho asco que pudiera dar el objeto en sí. Pero hacer demagogia encima de la mesa, dejar una compresa abierta y un tampón en el escritorio del jefe y tomarse el día libre por cuestión ovárica, era otra cosa.

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