viernes, 19 de marzo de 2010

QUINCE MINUTOS. Parte 1.

Ana se consideraba una chica normalita, pero con espíritu rebelde. Así que se negaba a que su vida también lo fuera. Una cosa era ser normalita y otra muy distinta era ser mediocre. Aunque los estrictos horarios y las monótonas tareas y obligaciones se lo ponían bastante difícil. Ser una chica del montón en una empresa común, con una vida privada bastante discreta, no son lo que se dice unas cartas apropiadas para la existencia repleta de aventura y emociones que deseaba. Soñaba con una existencia fuera de la cotidianeidad, como en las películas, pero sin banda sonora. Esa era la vida que quería llevar. Su vida secreta e interior que jamás se había atrevido a llevar a cabo. Era cobarde y lo sabía pero esperaba que el destino le ofreciera, tarde o temprano, la oportunidad de demostrar quien era en realidad. Todavía le quedaba mucho por delante. A pesar de todo se obligaba a sí misma a pequeños cambios en el orden del día. Y esta estricta disciplina de cambio se convirtió en otra obligación más, repetitiva y cansada. Sobre todo cansada. Trataba de hacer un gran acontecimiento de la más pequeña anécdota. Se imponía sorprenderse ante la más pequeña casualidad transformándola en una gran experiencia. Claro que sólo para su propio disfrute. Realmente la que trabajaba era su imaginación ya que Ana nunca se atrevió a coger un tren sin dirección concreta. Nunca se arriesgó a perderse en zonas desconocidas. Nunca quedó con alguien a ciegas. Nunca se baño con la ropa puesta. Y como acababa reconociendo todas las noches tras reflexionar sobre el monótono día, jamás aulló a la luna. Y reconocer eso no le divertía en absoluto.
Pero a todas las personas les llega un momento excepcional en la vida en que todo cambia radicalmente. Esos quince minutos de gloria que todo ser humano necesita. O esto era lo que pensaba Ana. Por eso había transformado a Juanjo, el técnico de su oficina, en su amor platónico y secreto. Un amor creado en fantasía y disfrutado en noches de insomnio. Un amor peliculero alimentado por las casualidades aderezadas por la imaginación, como por ejemplo la forma tan curiosa de aparecer en la empresa. Llegó un día con su proyecto final de carrera bajo el brazo, con su pelo largo, sus pantalones rotos y su camiseta de la suerte, totalmente descolorida. Dejó el proyecto en el despacho del jefe junto a su teléfono y desapareció. El jefe lo llamó rápidamente y Juanjo reapareció con peores pintas todavía: "Así trabajo yo, sí le interesa mi trabajo me quedo aquí, si le molesta mi aspecto por la imagen de la empresa, usted perderá uno de los futuros técnicos más prometedores y eso lo sabe. El proyecto es lo mejor que ha visto nunca ¿no?". El jefe le contrató de inmediato, tanto descaro y ambición le admiraron. Y a principios de mes Juanjo se había cortado su larga melena. "Yo no le he obligado ¿Por qué ha hecho usted eso?. Le acepté como era.". "Simplemente me apeteció" había contestado Juanjo. Y Ana se pasó tres días soñando con él. Porque conocía su secreto. Ella con su perspicacia cinematográfica había descubierto que Juanjo llevó una peluca a la entrevista. Había provocado un caos en el orden de disciplina del jefe conscientemente y Ana compartía ese secreto con él. La única que lo había percibido era ella. Este suceso alimentó su imaginación durante semanas hasta que consiguió tener el valor suficiente para mantener una conversación extra-profesional con él.

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