miércoles, 31 de marzo de 2010

QUINCE MINUTOS. Parte 4.

Rápidamente el cerebro de Ana comenzó a trabajar. Comenzó a buscar soluciones para que la compresa usada del baño del estudio de arquitectura donde trabajaba, dejara de estar ahí y pasara al lugar habitual al que iba destinada: al vertedero. Miró el reloj, no podía volver, no quedaban trenes. Miró el teléfono, no podía llamar, solo contestaría su propia voz en el contestador.
No encontraba solución, y la imagen de su compresa usada sobre la repisa del cuarto de baño no paraba de sucederse en su mente una y otra vez. El pánico la obligó a empezar a hablar sola yendo de un lugar a otro totalmente desesperada
" Si es que está rebosante, si yo cuando tengo la regla la tengo de verdad. Ya la veo allí, en la repisita, debajo del espejo. Justo en el espejito, para que el primero que llegue la vea."
Ana se imaginaba ya a su jefe: Lunes, primera hora. Entra en el cuarto de baño, dispuesto a cumplir la afanosa tarea de afeitarse. Antes de lavarse la cara, esos ojos que tanto le reprochaban el trabajo hecho con prisas, esos mismos ojos, se pondrían en el objeto sobre la repisa. Ese objeto que a esas alturas, ya desprendería el olor propio que le caracteriza. Mezcla de perfumes de bebé, amoniaco, flujo puro de un riñón sano en pleno funcionamiento y coágulos sanguinolentos con exceso de glóbulos rojos y pérdida de hierro y vitamina A. Su mente y su órgano vocálico, irían al mismo lugar a pronunciar la palabra que no paraba de martillar la cabeza de Ana: UNA COMPRESA.
"Directamente se morirá de asco" pensó Ana. "Y antes de exhalar el último suspiro, con la cara toda roja como la misma compresa, pronunciará mi nombre".
Esto era indudable. Era la única mujer en el estudio. La compresa no podía pertenecer a ningún otro trabajador más que a Ana Silva Mendoza, técnico especialista en delineación de edificios y obras. La única.
"Pero qué guarra. Pero qué asco doy" se decía Ana una y otra vez. Empezó a transpirar nerviosa. Era el inicio de la locura que empezaba a danzar con ella, mientras continuaba su monólogo a gritos, totalmente incrédula de ser la protagonista de un hecho tan absolutamente repugnante como totalmente normal, “un descuido lo tiene cualquiera ¿no?. Pero eso ¿era habitual, o sólo le pasaba a ella que en el fondo siempre ha estado cambiando la realidad a su gusto?”
"Joder. Y Juanjo, el técnico... con lo que me gusta. Cómo se entere... cada vez que me mire la cara me vera cara de compresa, y con alas !Dios! que fastidio".
La solución de ir antes que nadie el lunes por la mañana ni siquiera la había tenido en cuenta. Coge los primeros trenes, y llega siempre a la misma hora que su jefe. ¿Qué hacer?. Ahí radicaba toda su obsesión. Se sentó en el sofá y resopló. La cara de su jefe ahora, le volvía a la mente en continuos flashes, junto a la imagen de la compresa usada.

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